Quedamos como tantas noches en ese bar, el bar que nos unió y el que hoy será testigo de nuestro final.
Te acercabas lentamente, como si el alma te pesara, tu cabello tan hermosamente despeinado y los ojos más rojos de lo normal.
Sentimos cómo nos ibamos apagando, los motivos ya parecían excusas y los sueños una simple ilusión. Siempre supimos que vos no llegaste a mi vida (ni yo a la tuya) para salvarme. Sólo eramos un desastre buscando dónde y cuándo suceder. Éramos el huracán perfecto. Pero eso nos bastaba.
Las palabras sobraban y es tan raro porque hubo un tiempo en que las mismas no alcanzaban, los 'te amo' quedaban cortos y ya no había canciones de amor que dedicar.
Mis manos temblorosas no encontraban las tuyas, nuestras pieles se rechazaban, huían y luchaban entre sí.
Tus gritos se apagaban, se volvían eco, como si estuviera dentro de una botella. Y no entendía. Apenas podía verte. Tu boca se movía sin parar, pronunciando palabras inaudibles.
Y me mirabas inquietante, esperando una reacción. Quise besarte, pero sólo me salía llorar.
Tu vaso de cerveza se calentaba lentamente en esa mesa, se volvía espesa, oscura... y ahí entendí que ya no ibas a regresar.
No sé cómo se nos pasó. Por qué no pudimos perpetuarlo. Si parecía ayer que estabamos los dos bajo la lluvia, discutiendo sobre quién amaba más. Ahora me doy cuenta que yo gané.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario