Te extraño tanto que tengo las manos vacías. Y trato de hacerte y deshacerte tantas veces, te sé con mis manos y dibujo tu pecho en un intento de revivirte y descansar en él una noche más.
Te advierto ausente...
y ya son 15 noches sin dormir.
Escribo para liberarme (de lo que fui?)
Te extraño tanto que tengo las manos vacías. Y trato de hacerte y deshacerte tantas veces, te sé con mis manos y dibujo tu pecho en un intento de revivirte y descansar en él una noche más.
Te advierto ausente...
y ya son 15 noches sin dormir.
Hay conexiones que me son muy difíciles de explicar, de escribir, que nos nutren, que nos hacen sentir un poco más vivos, que nos hacen sentir eternos -todos somos eternos en la mente de quién nos evoca-.
Siento que mil palabras vienen a mi mente, pero cuando tengo que bajarlas a papel no tengo ninguna. Quedan como un nudo de sentimientos atrapados en mi cabeza. Y nunca termino encontrando el hilo suelto que me lleve a desarmar tal madeja.
Me consuelo diciendo que las puedo explicar viviéndolas, empíricamente. En cada abrazo o caricia o mirada o susurro. En una piel erizada ante la certeza de un encuentro. En la manía de mirar cada detalle -tus lunares por ejemplo, te acordás cuando escribí un poema sobre ellos?-.
Colecciono esas conexiones como mantras, como rituales de una vida que no estamos dispuestos a vivir, porque no estamos listos, porque implican algo superior y deberíamos despojarnos de tantas cosas -de ser tan humanos-.
Y te guardo como el ritual que jamás podré repetir, del que no puedo hablar, del que me da tristeza de solo pensarlo.
Así se construyen los mejores recuerdos, en la oscuridad, en silencio, solos, hasta que un día, una nueva chispa -tu chispa, amor- los vuelva a encender.