viernes, 6 de septiembre de 2019

No me quejo.

7.53 de la mañana. Apoyada en la mesada de la cocina. Mirando un punto infinito. Perdida en miles de pensamientos. El café con leche se enfría en mis manos. Lo dejo entibiarse. Absorbo el calor en mis manos. Estoy congelada con éste frío de septiembre. Extraño que agarres mis manos y soples airecito caliente. Es sólo una de las tantas cosas que extraño. Es el precio que pagamos por amar, me consuelo. Me doy cuenta que siempre soy la que paga la deuda más cara en todos los desamores. No me quejo, alguien debe hacerlo. Cansa ser siempre yo, pero no me quejo. Sigo sin comprender la lógica de los desamores. Ya no sé transitar los duelos, ni elaborarlos, siempre termino aferrada tenazmente al único recuerdo que no se tiñó de grises. Casualmente es el recuerdo de la primera vez que nos quedamos dormidos, vos abrazándome tan fuerte, aferrándote a mi, como si fuera la madera que te puede salvar (yo, que no sé ni salvarme a mi misma). Todavía siento en mis costillas la presión de tus brazos. Alucinación sensorial, pienso. Y repaso una vez más (van 23 veces ésta semana) nuestra historia, lo que hice bien y lo mucho que hice mal. Me acostumbré a culparme por todo. Me desconozco, lloro, empiezo de nuevo. 9.37 am. No me quejo, alguien tiene que hacerlo.

viernes, 26 de abril de 2019

📃

Recuerdo el día que elevaste la queja de que nunca escribía sobre vos, que sólo hablaba del viento, del cielo, de los atardeceres, de pájaros volando, de amores que ya habían muerto hace tantos años. Que nunca escribí sobre tu risa, sobre tu mirada, sobre cómo mi piel se erizaba debajo de tu mano. 
Vos no sabías que cuando dormías y un pequeño destello de luna entraba por la ventana, iluminando cada pequeño rasgo que amo de vos -a saber, tu boca y esa imperfección que tanto te molesta de tu nariz-, te susurré al oído la prosa más hermosa que pudo salir de mi boca. Nunca te vas a enterar que escribí canciones sobre la melodía de tu risa, que entre gemido y gemido te dí todas las letras de mi abecedario.
Es que a decir verdad, prefiero hacerte poema en nuestra cama, llenar tu boca de frases que no riman pero que saben bien, dejar en tus manos mi tintero y confundir 
tu cuerpo con una hoja de papel.