7.53 de la mañana. Apoyada en la mesada de la cocina. Mirando un punto infinito. Perdida en miles de pensamientos. El café con leche se enfría en mis manos. Lo dejo entibiarse. Absorbo el calor en mis manos. Estoy congelada con éste frío de septiembre. Extraño que agarres mis manos y soples airecito caliente. Es sólo una de las tantas cosas que extraño. Es el precio que pagamos por amar, me consuelo. Me doy cuenta que siempre soy la que paga la deuda más cara en todos los desamores. No me quejo, alguien debe hacerlo. Cansa ser siempre yo, pero no me quejo. Sigo sin comprender la lógica de los desamores. Ya no sé transitar los duelos, ni elaborarlos, siempre termino aferrada tenazmente al único recuerdo que no se tiñó de grises. Casualmente es el recuerdo de la primera vez que nos quedamos dormidos, vos abrazándome tan fuerte, aferrándote a mi, como si fuera la madera que te puede salvar (yo, que no sé ni salvarme a mi misma). Todavía siento en mis costillas la presión de tus brazos. Alucinación sensorial, pienso. Y repaso una vez más (van 23 veces ésta semana) nuestra historia, lo que hice bien y lo mucho que hice mal. Me acostumbré a culparme por todo. Me desconozco, lloro, empiezo de nuevo. 9.37 am. No me quejo, alguien tiene que hacerlo.